PRÓLOGO
“Crisis? What Crisis?” (“¿Crisis? ¿Qué crisis?”) Es el
título del primer álbum estadounidense de un famoso grupo británico
con el que se ironizaba-o así lo entiendo yo, al menos- sobre los
continuos anuncios de debacle económica y social preconizados en la
década de los setenta del siglo pasado. Fenómeno que, por otra
parte, ha ido sucediéndose en casi todas las décadas de los últimos
siglos en las diferente civilizaciones humanas.
En cualquier caso es innegable que, de crisis, las ha habido y las
hay de todas las maneras y modelos: crisis personales, emotivas, de
identidad; crisis relacionadas con determinadas edades; crisis de
pareja, matrimoniales; crisis profesionales, laborales, vocacionales;
crisis culturales, artísticas, generacionales; crisis políticas,
administrativas, de estado; crisis colectivas, de guerra,
humanitarias…¡No acabaríamos nunca!
(Incluso hay, con el plural en inglés del término-“crises”-,
una supuesta materia lunar de carácter metafísico que dio pie a
otro excelente disco de un músico de grandes proporciones que se ha
dejado llevar en los últimos tiempos por un extenuante mimetismo de
si mismo… ¡Pero esa es otra historia!)
Ante ese panorama generalizado de crisis de diversa índole,
podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos demasiado, que la vida
misma es una sucesión de diferentes crisis, de mayor o menor calado,
y que cada cual se las ingenia para campearlas de la mejor manera
posible.
Con una propiedad añadida: las crisis nunca vienen solas, siempre en
pareja, trío o cuarteto. Y si no que se lo digan a Álvaro Picó, el
protagonista del libro que nos ocupa. Verdadero Lazarillo del siglo
XXI, nuestro hombre transita por una sociedad infestada de hipocresía
y prevaricación; como Buscón moderno, a la captura de aquel amo
ecuánime que le pague un salario digno; o cual Ulises solitario,
perpetuamente acuciado por el canto de sirenas de las empresas
fantasma.
Y luego está el factor psicológico…
Desde siempre, se ha destacado la capacidad de algunos artistas
masculinos para elaborar, con milimétrica precisión, retratos
idiosincrásicos de la feminidad: Flaubert y Leopoldo Alas en la
literatura; y George Cukor o el propio Almodóvar, en el cine, son
ejemplos paradigmáticos. En esta ocasión es una mujer, Mª Ángeles
Gabaldá, la que capta las peculiaridades de lo masculino con detalle
que en algunos momentos se antoja quirúrgico, casi radiográfico. En
este sentido no puedo por menos que referirme al capítulo de la
playa, donde cualquier machito que se precie- y aquí me incluyo,
para bien o para mal- se sentirá identificado de manera irremisible,
hasta la extenuación, con el retrato del machismo solapado, del
orgullo por mantener imagen impecable de uno mismo a pesar de la
deplorable realidad, y de la inevitable tendencia a compararse con
los individuos del mismo género, característica no exclusivamente
femenina, a pesar de los tópicos.
Nos hallamos, pues, ante una obra de apariencia liviana y trasfondo
abismal, que va creciendo poco a poco en la conciencia del lector,
paulatinamente subyugado por una narrativa demasiado aposentada en la
actualidad para ser razonablemente obviada.
¡Gracias, Gabaldá!
Francesc Aguilar*
Licenciado en Física, profesor de secundaria y productor de radio